“La cuatro ojos”, creo que
todos saben a qué me refiero con esto, y si no, aquí les explico.
Aproximadamente hace 13 años,
estando en el cuarto grado y con 9 años de edad empecé a forzar la mirada para
poder leer lo que la maestra había escrito en la pizarra. Las letras se miraban
borrosas, la piel alrededor de mis ojos se arrugaba y mis ojos se achinaron
mientras trataba de comprender que decían esas “cosas” borrosas.
Pasaron varios días y yo no
decía nada, los días en la escuela se volvían tediosos, en especial cuando
tenía que escribir lo que estaba en la pizarra. Forzar la mirada se volvía
parte de mí día a día y la preocupación de no poder leer bien crecía. Aun así,
no decía nada. Mi compañero de al lado (cualquiera que fuese) se volvía parte
indispensable de mis días, que él o ella pudiese decirme lo que decía en la
pizarra o que me dejara ver sus anotaciones para yo poder hacerlas era lo mejor
que un ser humano podía hacer por mí en esos momentos, sin exagerar (risas). Y
es que cuando tus dos ojitos dejan de tener una visión 20/20, si alguien te
ayuda a leer lo que no puedes y DEBES,
le estarás agradecido para toda la vida.
Y así pasé varios días, más bien
dicho semanas, tratando que mi vista volviera a la normalidad – cosa que no
pasaría -. Después de miles de ceños fruncidos y ojos achinados, mi mamá se dio
cuenta que algo estaba pasando… bueno, de hecho fue mi tía quien le dijo que yo
“arrugaba los ojos para poder ver”.
Vía Introverted Doodles |
Lo que siguió a continuación
fue una visita al oftalmólogo. Manos
sudorosas y temblorosas mientras esperaba sentada junto a mi mamá en la sala de
espera del doctor. Mi yo de 9 años deseaba que le dijeran que no tendría que
usar lentes y que con unas gotas ya no vería borroso, pero no fue así. En el
pequeño consultorio del médico, me senté en una silla “especial” con un aparato
que el doctor puso sobre mis ojos. “¿Qué letras puedes ver?” Me preguntó el. Yo
muy nerviosa empecé a pronunciar las letras que podía ver (las más grandes), al
llegar a las de en medio ya no podía continuar, las letras se miraban borrosas
y dije “no puede verlas bien”. El doctor cambió algo en el “aparato” (la
graduación) y me preguntó de nuevo, “¿ahora cuáles ves?” y yo respondí hasta
llegar al nivel que me dejaba ver todas las letras. “Necesitas lentes, sin duda
alguna”, eso fue lo que el doctor me dijo al terminar la revisión. Mis manos
continuaban heladas mientras mi mente trataba de procesar lo que el doctor
acababa de decirme.
Mi mamá y yo salimos del
consultorio con receta en mano donde decía mi padecimiento (miopía) y la
graduación de lente que necesitaba (0.25 en uno y 0.75 en otro, -yo sé, no es
mucho, en especial comparado con lo que tengo ahora (4.00) pero tenía 9 años y
lo menos que quería era usar lentes, lentes para toda la vida. Mi mamá me
explicó que no era tan grave, que habían personas en situaciones peores que las
mías, que yo estaba saludable y que diera gracias a Dios por eso, lo cual hice.
Sin embargo, aunque mi mamá tenía toda la razón, yo era todavía una niña que
pensaba que no tener vista perfecta y usar lentes era el fin del mundo (Ay
Dianita).
Mis primeros días como la niña con lentes fueron horribles. Tanto
porque no me acostumbraba a utilizarlos como por todas las burlas y bromas que
surgieron. “La cuatro ojos” era lo usual. Imagínense, una niña insegura de sí
misma usando lentes y sus compañeros
burlándose. No era nada bonito. Pero cuarto grado no era lo peor, lo peor vino
cuando la pubertad llegó a mi vida y decidió hacerme el camino no tan bonito.
Una niña gordita, con cejas gruesas, dientes separados (por cierto, se unieron
y nunca he usado frenillos, ¡ha!) cabello rebelde y lentes (he tomado malas
decisiones en mi vida y los lentes que usaba en ese tiempo era una de ellas) no
era precisamente una combinación que yo quería. ¿Pueden imaginarse
mis años de estrés e inseguridad por no tener la apariencia perfecta que
buscaba? y ¡Dios mío! los lentes no contribuían.
Sé que muchas personas pueden identificarse con esta situación y
por eso quise hablar de ello. Mi adolescencia fue un poco traumática – aunque
tampoco quiero exagerar – pero sí muchos eventos marcaron mi vida, por los cuales siendo sincera, estoy muy agradecida. Frases como “cuatro ojos”, “fea”, “uni
ceja” marcaron mi adolescencia y en esencia, mi vida. Frases como estas hicieron
de mí alguien más fuerte, alguien quien puede aguantar frases hirientes y
hacerlas a un lado, aunque no voy a negar que a veces si llegan a calarme, lo
cual creo es algo normal.
Como les decía, sé que muchas personas han pasado esto o algo
parecido, también hay personas que lo están pasando ahora. Recibes frases o
palabras feas de las personas, palabras que solo te hieren el alma, que te
llenan de tristeza. Pasas situaciones que en el momento sientes te harán caer y
quebrantar, pero te prometo que todo estará bien. Aunque te digan cuatro ojos o
fea o lo que sea que te digan, todo estará bien. Nada de lo que te digan
importa, de hecho, esas personas no importan. No deberían tener importancia
alguna en tu vida, no deberían ser razón de quitarte el sueño, no deberían
darte pesadillas, simplemente no lo valen. La verdad es que esas personas que
te dicen cuatro ojos o cualquier otra frase, tienen las mismas inseguridades
que uno, o posiblemente más y por eso atacan, porque eso los hace sentir que
tienen poder y que “son algo”. Es por eso que no debe importar.
Vía Pinterest |
¿Y saben qué es lo más irónico? Que al parecer usar lentes ahora
está de “moda”. Que cosas verdad, que cosas. (Risas) Pues entonces, ¡vivan los
cuatro ojos!
Y esto es todo por ahora, ¡Muchísimas gracias por leer mi blog!
Hasta la próxima.
Abrazos.
Abrazos.
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